El instinto luchador, que aparece durante la primera Guerra Mundial (1917), es considerada su obra principal. Partiendo de la naturaleza instintiva de la lucha en los niños y de su carácter transitorio, aborda sus implicaciones para la educación, a la que convoca a conocer las manifestaciones del instinto luchador para canalizarlo, desviarlo o sublimarlo y ponerlo al servicio del Bien. La formación del carácter moral y la educación pacifista ocupan en ese objetivo un protagonismo esencial.
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